Agatha Christie y Torquay: la Riviera inglesa como fuente de inspiración

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Agatha Christie, de largo la escritora con más ejemplares vendidos de todos los tiempos, nació en la ciudad costera de Torquay el 15 de septiembre de 1890. Dotada por sus padres, .que disfrutaban de una situación económica acomodada, con el generoso nombre  de Agatha Mary Clarissa Miller, encontró en su ciudad natal una infancia feliz y una serie de ambientes y escenarios que aprovecharía en la escritura de muchas de sus novelas.

El recuerdo de la tía Ágatha está muy presente en la localidad pero, más allá de este homenaje permanente, Torquay es una pequeña ciudad (65.000 almas) que tiene mucho que ofrecer  a quien se anima a visitarla.

He preparado un listado de los lugares que no debes perderte en Torquay, relacionados y no con la escritora.

  1. Greenway. Ubicada en la orilla del río Dart. Agatha Christie y Max Mallowan, su segundo marido, adquirieron la mansión en 1938 y pasaron muchos veranos allí. Este lugar fue una fuente constante de inspiración para la autora y varias de sus novelas, como Muerte en la vicaría y Un cadáver en la biblioteca, están ambientadas en enormes residencias indisimuladamente similares a Greenway. Hoy forma parte del National Trust y puede visitarse pagando una entrada (14 libras los adultos, 7 los niños)

2. Torquay Museum.  Agatha Christie solía visitar el museo desde niña. Alberga una extensa colección de objetos arqueológicos y piezas relacionadas con la historia de Torquay y Devon en general. Además, cuenta con una sección dedicada a Lady Agatha que nos permitirá conocer mejor tanto su vida como su carrera literaria.

3. Imperial Hotel. Aquí nació el detective belga Hercule Poirot (¡Oh, las células grises!). Ubicado en el paseo marítimo de Torquay, tiene un encanto decadente que a mí me vuelve loco, qué queréis que os diga. El hotel ofrece una experiencia única para los fanáticos de la escritora. Puedes reservar una habitación temática de Hercule Poirot, decorada con elementos que evocan su época y estilo, y disfrutar de una cena inspirada en la gastronomía de la época victoriana.

4. Burgh Island. A una hora de coche de Torquay se encuentra Burgh Island, una isla a la que se puede acceder a pie con marea baja; cuando sube la marea el acceso es por medio de un… ¿tractor? Mejor mirad la fotografía, y ya decidís vosotros qué tipo de vehículo es exactamente 😉

Se puede dormir en la isla, en el estupendo Burgh Island Hotel (sobre 400 € la habitación doble, de ahí en adelante).

La isla inspiró una de las grandes novelas de Agatha Christie: And then there were none (Diez negritos para nosotros, los lectores en español)

5. Grand Hotel. Inaugurado en 1881, en este hotel pasó su noche de bodas Agatha Christie con su primer marido, Archibald. Puedes alojarte en la suite Agatha Christie, ¿hace falta decir algo más?

6. Kent Cavern. Se trata de un conjunto de cuevas habitadas durante la Edad de Hielo. Bien ambientadas, son una visita interesante (a los niños siempre les encanta)

7. Puerto de Torquay. Vale, esto es cosa mía, ya sabéis (y si no, os lo digo ahora) que me chiflan los barcos, los faros y los puertos. Si no sois muy aficionados a la mar, siempre podéis visitar alguno de los restaurantes de la zona.

8. The Flea Market. Es Inglaterra, luego tiene que haber un buen mercado vintage. Todos los jueves por la mañana. Merece la pena.

Alojamiento en Torquay

Ya hemos hablado de tres hoteles: Imperial Hotel, Grand Hotel, Burgh Island Hotel. Cualquiera de los tres merece la estancia, siempre que dispongamos de un presupuesto elevado… Mi sugerencia para dormir en Torquay por un precio más ‘normal’ sin perder ni absolutamente nada en comodidad (antes al contrario) es The Mariners. Bien situado dentro de la ciudad, con habitaciones amplias y cómodas, cerca de la estación de tren y con un valor añadido definitivo: la maravillosa atención de sus propietarios, Dave y Annette.

Una visita de Mr. Scrooge

—Ha llegado Scrooge, querido —anunció Catherine a la puerta entreabierta que se veía al fondo del pasillo—. Lleva todo el día trabajando en esa dichosa historia sobre Martin Nosequé. Ebenezer, a ver si usted es capaz de sacarle de su madriguera.

            El hombrecillo, extremadamente menudo, entregó el abrigo que le ocultaba casi por completo y golpeó con los nudillos la puerta del estudio pero entró sin esperar respuesta.

            —¡Charles Dickens, el hombre más trabajador de Inglaterra! Ni siquiera descansa la víspera de Navidad.

            —¿Navidad? Bah, paparruchas —respondió el escritor mientras remataba una última línea en la página que tenía delante, cubierta de borde a borde por hileras de palabras apenas legibles y violentas tachaduras que convertían el texto en un galimatías.

            —Chuzzlewit parece que se resiste —dijo Scrooge, mientras golpeaba el hombro de su amigo.

            —Es como una condena. Creo que no terminaré nunca esta novela.

            Ebenezer Scrooge sacó del bolsillo interior del chaleco una bolsita de tabaco y la depositó sobre el escritorio.

            —Descansa un rato y fuma una pipa conmigo. A veces, estar ocioso es lo más productivo. Se lo digo a Bob cada día: el exceso de trabajo es el camino más seguro para hacer las cosas mal.

            Bob Cratchit era, desde hacía casi una década, pasante en el despacho del abogado Scrooge; un negocio no demasiado próspero por la tendencia del letrado a defender causas perdidas, comerciantes sin dinero, viudas sin renta, huérfanos sin herencia y, en definitiva, a clientes sin capital alguno con el que pagar sus servicios. Una actitud que Cratchit le recriminaba siempre que tenía ocasión porque, en el deseo de aumentar el caudal de monedas que llegaba al cajón, el empleado aventajaba con mucho al empleador.

            —¿Cómo está el hijo de Cratchit, el pequeño Tim? —preguntó Dickens.

            Scrooge sacudió la cabeza.

            —Muy enfermo. Y lo peor es que su padre no quiere asumirlo; solo piensa en el trabajo. Hoy casi he tenido que llegar a las manos para conseguir que mañana se tome el día libre. ¡Pretendía trabajar al menos medio día de Navidad! No sabe lo afortunado que es por tener una familia. No lo sabe…

            —Creo que valoras demasiado la vida familiar, Scrooge. Se nota que no tienes una esposa y cuatro hijos a los que atender y alimentar.

            Ebenezer Scrooge caminó hasta la ventana y se concentró en la nieve que se acumulaba en la calle, lenta y constante. No quería que su amigo viese cómo se le humedecían los ojos. Hacía ya más de veinte años que su hermana Fan, a la que adoraba, había muerto a consecuencia del parto que había traído al mundo a su sobrino Fred que era desde ese día, puesto que él nunca había creado una familia propia, toda la familia con la que contaba en este mundo. Con Fred y con su reciente esposa iba a compartir la comida de Navidad, una oferta de compañía más que generosa por tratarse de una pareja de recién casados.

            —La Navidad es una bonita época del año —dijo al fin—.Deberías escribir algo sobre ella.

            —¿Un cuento de Navidad? Pero Scrooge, ¿a quién demonios puede interesarle ese tema?

            —A más gente de la que crees. Albert, el esposo de nuestra amada reina Victoria, ha ordenado adornar un enorme abeto en el jardín de palacio. Al parecer, se trata de una costumbre muy apreciada en su Sajonia natal. Pues bien: el éxito es enorme y la muchedumbre se agolpa en el exterior para contemplar el árbol.

            —Bah, paparruchas —repitió Dickens. Pero su cerebro había empezado a calcular las posibles ventas de un relato que, si se aplicaba con tesón, podría escribir en apenas un par de semanas. Además, descansaría durante unos días de ese condenado Martin Chuzzlewit…

            Los dos hombres callaron un instante, concentrados en el aroma que desprendía el tabaco que se quemaba en sus respectivas pipas.

            Catherine entró en el estudio con dos copas de ponche y una bandeja de dulces.

            —¿Ya le ha contado Charles que hace unos días soñó con una historia de fantasmas? Algo realmente aterrador.

            —Mrs. Hogarth, me temo que su esposo no es muy dado a contar lo que pasa por su imaginación. Prefiere escribirlo.

            —No lo imaginé —dijo Dickens—. Fue un sueño, pero tan vívido y real que desperté temblando, te lo aseguro.

            El escritor levantó la mirada tratando de evocar aquello que tanto le había perturbado una cuantas noches atrás.

            —Fue algo extraño —continuó—. No era una de esas historias de fantasmas escoceses de Scott. De algún modo yo estaba presente y los espectros, pues eran más de uno, me zarandeaban, me hacían volar, me llevaban en volandas de un lado a otro, y trataban de decirme algo con sus bocas mudas y sus miradas de infinito terror.

            —Trataban de decirte que no deberías trabajar tanto —bromeó Scrooge, que volvió a mirar por la ventana—. La nieve arrecia: si no salgo ahora, no llegaré a mi casa. Charles, piensa en lo que te he dicho: Navidad, ¡la Navidad es el futuro! —y dicho esto, estalló en una carcajada.

            Una vez que el visitante hubo salido Dickens volvió a su refugio, pero esa tarde no fue capaz de retomar el trabajo. “Navidad”, murmuraba; “Navidad y fantasmas”, repetía una vez tras otra. Finalmente, retomó la pluma, cogió un papel limpio de la resma que tenía delante y escribió ambas palabras y después, sin saber dónde podían llevarle, los nombres de Tim y Bob Cratchit y, al final, en letras bien gruesas, el nombre de su amigo Scrooge.

            Barruntó unos minutos sin dejar de contemplar la página, como si la historia estuviese ya escrita en las fibras del papel. “Bien, ya pensaré algo”, decidió. Y, súbitamente alegre, se acercó al comedor en busca de la cena.

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Mary King’s Close

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Conoce la historia de la calle subterránea más famosa de Edimburgo,  lugar de leyendas, fantasmas y apariciones.  Un lugar que no debes perderte si visitas la ciudad… y tienes los nervios preparados.

En el S. XVII, Edimburgo era una de las ciudades más densamente pobladas de Europa. La población había crecido de manera continuada desde la Edad Media y, encerrada entre los muros que rodeaban la ciudad antigua, no encontraba terrenos libres sobre los que construir.  Para contrarrestar la carencia de viviendas los edificios crecieron de manera vertical, una planta sobre otra, en construcciones precarias y poco seguras, llegándose incluso a levantar diez alturas en edificios ideados para soportas tan sólo dos. La altura de las casas sumía a las estrechas callejuelas que discurrían entre ellas en una oscuridad permanente.

La aglomeración urbana y la falta de higiene eran terreno abonado para infecciones y plagas. Miles de ratas se paseaban impunemente por estos callejones, portadoras de enfermedades que pasaban con facilidad al ser humano. Una de las peores epidemias tuvo lugar en 1645. La peste amenazaba con extenderse por toda la ciudad.

Uno de los lugares más castigados por la plaga de ese año fue Mary King’s Close y las calles aledañas. Para evitar la expansión de la enfermedad las autoridades adoptaron una decisión fatal, horrenda: encerrar al vecindario de la zona entre altos muros que impedían la huida de los enfermos, condenando así a toda la población del barrio a una muerte terrible e inexorable.

Al cabo de unos meses, cuando se derribaron los muros, el Ayuntamiento ordenó la recogida de los restos putrefactos de los cadáveres y la limpieza de la zona. Las casas se pusieron de nuevo a disposición de aquellos que quisieran habitarlas.

No tardó en extenderse por Edimburgo el rumor de que extraños sucesos y apariciones se sucedían en Mary King’s Close. Especialmente significativos son los testimonios del abogado Thomas Coltheart y de su esposa, que hacia 1685 aseguraban que recibían frecuentes visitas de animales fantamagóricos, brutalmente deformados; y que varias veces habían visto la cabeza, sin cuerpo, de un anciano con barba gris y mirada pavorosa, flotando en distintas estancias de la casa.

En 1750 se demolieron las plantas superiores de los edificios de Mary King’s Close y alrededores, y sobre los restos de los pisos inferiores se construyeron diversos edificios municipales. De esta forma, las nuevas construcciones enterraban y al mismo tiempo guardaban para la posteridad, escondidas en su subsuelo, estas callejuelas que habían conocido de manera tan intensa el dolor y el espanto.

En las últimas décadas estas calles, ahora subterráneas, se han convertido en una atracción visitable en rutas guiadas. Y, para los interesados, hay que decir que las apariciones y los sucesos extraños continuan registrándose en el lugar.

Especialmente estremecedor resulta el testimonio de una médium japonesa que acompañó a un equipo de televisión a rodar un reportaje a Mary King’s Close. No conocía la tragedia que había tenido lugar en aquellas callejuelas. Al entrar en una de las habitaciones notó un ambiente perturbador y profundamente triste. Al salir sintió un tirón en el pantalón; volvió a la habitación y descubrió a una niña, vestida con harapos y muy pálida, sentada en un rincón. La niña le contó que había muerto en 1645, y que se encontraba muy triste porque había perdido su muñeca. El equipo de televisión le llevó una muñeca nueva. Desde entonces, juguetes de todo tipo, dejados allí por los visitantes, se amontonan en un rincón de la habitación.  Y, desde luego, nadie está dispuesto a retirarlos.

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Rennes-le-Château

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Un sacerdote con una inmensa fortuna de origen desconocido, una iglesia dedicada a María Magdalena, y fascinantes enigmas en torno al Santo Grial y la posible descendencia de Jesucristo. El origen del megafamoso Código da Vinci. Te lo explicamos todo, y te proponemos una visita a este pequeño y mágico lugar.

Bérenguer Saunière

Bérenguer Saunière llegó a Rennes-le-Chateau el 1 de Junio de 1885, para hacerse cargo como sacerdote de la iglesia del pueblo, dedicada a María Magdalena. Se trataba de una localidad de menos de 300 habitantes, la mayoría campesinos con escasos medios económicos, que de ninguna manera podían aportar el dinero necesario para las reformas que requería la iglesia, muy deteriorada. No tardó mucho el nuevo cura en meterse en problemas: en Diciembre de 1885 el ministerio de Culto le sancionaba con seis meses sin paga por proclamar sus ideas monárquicas desde el púlpito. De esta manera, Saunière terminaba ese año como un sacerdote sin dinero en una aldea pobre.

Pero algo cambia de manera radical en los meses siguientes: a mediados de 1886 comienza la restauración de la Iglesia de María Magdalena. Una obra costosa que el sacerdote podía emprender gracias a la generosa donación de la condesa de Chambord, aristócrata de origen austriaco simpatizante, como él, de la causa monárquica. Si éstos hubieses sido todos los cambios observados en el tren de vida de Saunière, todo tendría una explicación lógica y sencilla, gracias al donativo de la condesa. Pero la reforma de la iglesia no era más que el primer paso en una larga serie de gastos de cuantía extraordinaria.

La decoración de la iglesia la realiza la casa Giscard, de Toulouse. Compra numerosos terrenos (que escritura a nombre de Marie Denarnaud, de la que hablaremos más adelante) y manda construir una enorme casona a la que adosa una torre que utilizará como biblioteca, y a la que bautiza como Torre Magdala (en honor a María Magdalena; también en honor a la patrona de la iglesia llama Villa Betania a la casona y los terrenos que la circundan.) Compra obras de arte, contrata numeroso personal para las sucesivas obras que lleva a cabo, y disfruta de un tren de vida que, ni muy de lejos, pueden explicar los aproximadamente 3000 francos que le había regalado la condesa viuda de Chambord.

La pregunta es obvia: ¿de dónde sale tanto dinero?

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Cuando fallece, el 22 de Enero de 1917, Saunière se lleva a la tumba el secreto del origen de su fortuna, dejando vía libre a variopintas hipótesis, de las aparentemente más lógicas a las más descabelladas, increíbles y, sin embargo, fascinantes.

El origen de la fortuna del abate Saunière. La tesis “racional”

¿De dónde procedía el dinero para financiar el suntuoso tren de vida del sacerdote? La más “racional” de las hipótesis dice que el abate se enriqueció dedicándose al tráfico de misas. Tradicionalmente, un sacerdote católico podía ofrecer las misas que celebraba para una intención determinada, habitualmente para rogar por el descanso eterno de los difuntos. Los familiares del fallecido, a cambio, enviaban un donativo. Por extraño que pueda parecer hoy día, esta fue una costumbre muy extendida durante siglos. No era infrecuente que personas adineradas y devotas reservasen parte de su fortuna para misas que debían ser celebradas a su muerte, con la esperanza de que el tránsito al Paraíso les resultase más sencillo.

Se sabe que el obispo de Carcasonne acusó a Saunière de haber cobrado misas no celebradas, castigándole por ello con el traslado a otra parroquia, castigo que el sacerdote de Rennes-le-Chateau no acepta. La pugna dura años: le suspenden en sus funciones, de manera que no pueda celebrar nuevas misas, pero Saunière no se rinde y recurre el castigo ante el propio Vaticano. Al fin, fallece sin que la Santa Sede se haya pronunciado sobre su caso, y sin que él haya dado una explicación convincente al origen de su fortuna. Algunos investigadores han deducido, por medio de diversos documentos de la época (entre ellos los escritos dejados por el propio Saunière) que pudo cobrar en las dos décadas largas que van de 1893 a 1915 decenas de miles de misas (según el escritor Jacques Bedu, especialista en el fenómeno de Rennes, pudieron rondar las cien mil misas.)

El origen de la fortuna del abate Saunière. El tesoro oculto de los cátaros.

Existe otra hipótesis más sugerente, que sería despachada como una fantasía sin pies ni cabeza si no fuese por los datos reales que la hacen, cuando menos, verosímil. Y lo que sugiere esta segunda línea argumental es, ni más ni menos, que el abate se habría enriquecido con el descubrimiento de un tesoro de valor incalculable.

La historia es la siguiente: al desplazar la piedra del altar de su iglesia, Saunière encuentra, guardados en el pilar hueco que sostiene la piedra, unos rollos de madera con varios pergaminos. Imposible conocer el contenido de estos antiguos documentos; pero, al parecer, siguiendo indicaciones escritos en ellos, el cura ordena levantar la losa de piedra situada al pie del altar, que oculta la entrada de una cripta que ha permanecido oculta durante siglos. Según el testimonio de uno de los albañiles que le habían ayudado en la tarea, dentro de la cripta encuentran una gran vasija con “objetos brillantes” en el interior; los albañiles no llegan a saber qué objetos son éstos, pues Saunière los despide sin mayores explicaciones. El 21 de Septiembre de 1891 Saunière registra una lacónica anotación en su cuaderno: “Hallazgo de una tumba.”

Desde ese día el cura comienza a excavar en el cementerio que rodea la iglesia de la Magdalena. ¿Qué busca? Aquí las teorías se multiplican de nuevo. Primera posibilidad: Saunière habría encontrado el mismísimo tesoro de los cátaros. Rennes-le-Chateau está situado en el centro de lo que fue el territorio cátaro, en las últimas décadas del siglo XII y primeras del XIII. Cierto es que las riquezas que habían acumulado los cátaros no aparecieron a la caída de la fortaleza de Montségur, último reducto de los “perfectos”. Por tanto, para los apasionados del misterio de Rennes, la posibilidad de que el tesoro fuese enterrado en el pueblo es perfectamente válida. En definitiva, para los amantes de los misterios y las leyendas, todo es posible mientras no se demuestre, más allá de toda duda, que es imposible.

El origen de la fortuna del abate Saunière. El tesoro “inmaterial”

Pero aún se plantea una última posibilidad aún más impresionante. ¿Y si el supuesto hallazgo no constituía un tesoro material, sino un descubrimiento formidable, capaz de hacer tambalearse los cimientos de las creencias del mundo occidental? Expliquemos con detenimiento el origen de la leyenda y, lo que es más importante, el secreto imponente que habría descubierto Saunière.

La Iglesia de Rennes-le-Chateau fue consagrada de manera oficial en el año 1059; pero su construcción se remontaba a muchos años antes, posiblemente al siglo VIII. Según la leyenda, la Iglesia guardaba los restos de Magdala, esposa de Sigisberto IV, hijo de Dagoberto II, último rey merovingio. La sepultura nunca ha sido hallada, pero la leyenda sirve para entroncar los orígenes de la Iglesia de Rennes con la dinastía merovingia, que gobernó el territorio de la actual Francia entre el 481 y el 679 . Con frecuencia se ha jugado con un origen divino de los merovingios, que serían descendientes, nada menos, que de una posible hija de Jesucristo y María Magdalena. De nuevo la historia y la leyenda se mezclan para contarnos la huída de María Magdalena con su hija desde Judea hasta el sur de la Galia, iniciando esta última el linaje de lo que terminaría convirtiéndose en la dinastía merovingia. No hace falta señalar que este origen divino bien pudo tener como principales impulsores y propagandistas a los propios monarcas merovingios, que buscaban legitimar su poder con un argumento imposible de rebatir.

Bien. Ahora, el descubrimiento de Saunière. ¿Y si la dinastía merovingia no se hubiese extinguido en el S. VII, y hubiese continuado hasta nuestros días como una dinastía oculta? ¿Y si, además, hubiese encontrado los documentos definitivos que acreditaban más allá de toda duda la descendencia de Jesucristo y María Magdalena? Las cantidades “donadas” por las altas esferas de la Iglesia Católica para que el abate guardase el secreto habrían dado, si duda, para sostener la vida lujosa, las obras y los cuantiosas obras de caridad financiadas por Saunière.

Marie Denarnaud.

Al poco de llegar a Rennes, el nuevo cura contrató a una fiel sirvienta, una joven de aspecto más que saludable que no tardó en despertar las habladurías de los vecinos, llamada Marie Denarnaud. Cuando Saunière emprendió su espectacular cambio de vida tuvo en Marie a su fiel ayudante y confidente, y muy posiblemente algo más, si hacemos caso a los feligreses que la llamaban “la señora del alcalde”. Con ella excavó el cementerio de Rennes y a su nombre escrituró algunas de las propiedades que adquirió durante dos décadas largas.

Marie tiene un papel fundamental a la hora de sostener la leyenda en torno al tesoro de Rennes. En su vejez solía repetir una frase enigmática: “los vecinos de este pueblo caminan sobre oro sin saberlo.”

Noël Corbu.

A la muerte de Saunière, en 1917, Marie heredó los bienes y propiedades que habían acumulado. Propiedades que vende en 1946 a Noël Corbu, un comerciante de la localidad que se convierte en su amigo. Si creemos en lo afirmado por el señor Corbu, la por entonces anciana Marie le había prometido, al confiarle él ciertas estrecheces económicas: “no te preocupes, pronto te contaré un secreto que te convertirá en un hombre muy rico.”

Pero el secreto no llegó a ser desvelado nunca, pues Marie se lo llevó a la tumba en 1953, y Noël Corbu se encontró con un magnífico hotel-restaurante construido en Villa Betania que no acababa de resultar un negocio rentable.

Ante esta situación Corbu tiró de las confidencias de Marie, de las leyendas que aún circulaban, si bien muy apagadas, en torno a la figura del abate Saunière, exageró unas cosas e inventó otras y levantó, ahora con nuevo vigor, el misterio de Rennes. Una atracción para turistas, poco importa si con una base real o una pura patraña. Corbu necesita clientes y estas leyendas son la manera de conseguirlos.

Pero, para extender la leyenda primero por toda Francia y luego por el resto del mundo se necesita algo más que los cuentos de un comerciante. Y aquí aparece, como figura fundamental, la pluma afilada del escritor Gérard de Sède.

Gérard de Sède.

Descendiente de una familia monárquica, arruinada en tiempos de la Revolución, Gerard de Sède no es un conservador al uso. Antes al contrario, a pesar de su título aristocrático (es vizconde) rechaza el pacato conservadurismo de sus padres y lleva una vida aventurera y un tanto bohemia.

Buen conocedor de la leyenda del tesoro de Rennes y de las historias de Corbu, es el autor del primer libro de gran éxito en torno a Berenguer Saunière: L’or de Rennes ou la Vie insolite de Berenguer Saunière.

La tesis fundamental de su libro es la que sostiene la ascendencia divina de los reyes merovingios y su pervivencia hasta el S. XX, que serían el contenido de los documentos hallados por Saunière.

Rennes-le-Chateau, hoy.

La leyenda de Saunière y su sirvienta Marie, las historias de Corbu y Gerard de Sede, y las decenas de libros de éxito publicados en los últimos años en torno a este misterio hacen que el pueblo de Rennes reciba cada año varias decenas de miles de visitantes. El número de turistas se ha multiplicado en los últimos años gracias al éxito planetario de El Código da Vinci, que, sin citarlo, tiene como una de sus fuentes primordiales la que podríamos denominar teoría María Magdalena-Reyes Merovingios.

El pueblo tiene en la actualidad 112 vecinos censados (menos que en la época de Berenguer Saunière.) Cuenta con varios alojamientos:

  • Todos los que puedes encontrar en airbnb
  • Les Jendous
  • La Valdieu, un amplio terreno en el que se han reconstruido las casas de lo que fue una pequeña aldea junto a Rennes. Para amantes del yoga, la meditación y el contacto en plenitud con la naturaleza. Comida vegetariana.

En la librería Atelier Empreinte se pueden comprar prácticamente todos los libros que existen en la actualidad sobre el misterio de Rennes.

Villa Betania, sus jardines, la torre Magdala y la capilla de la casa están abiertos de 10,30 a 18,00 h., todos los días, de Mayo a Septiembre. El resto del año, de 11,30 a 17,00 h.

Cómo llegar.

En coche, desde Carcassone se toma la D118 dirección Limoux; al llegar al pueblo de Couiza se toma la D52 hata Rennes-le-Chateau.

En tren se puede ir de Carcassone a Couiza, que se encuentra muy cerca de Rennes (se puede ir en taxi de un pueblo al otro.)

Para los que desean saber más. Bibliografía esencial.

  • L’Or de Rennes, de Gerard de Sède (existe edición en castellano, actualmente descatalogada, pero que se puede encontrar en librerías de viejo; recomendamos www.iberlibro.com )
  • Mythologie du tresor de Rennes, de Renè Descadeillas
  • The Holy blood and the Holy Grail, de Lincoln, Baigent y Leigh (con distintas ediciones en castellano, con el título El enigma sagrado.)
  • L’héritage de l’abbé Saunière, de Claire Corbu

Poesía reunida

El amor en los tiempos del whatsapp

Voy a verte. He comprado un billete
de oferta en Ryanair (treinta y nueve
noventa, maleta de cabina).
Y ahora no sé si quiero conocerte
y descubrir el tacto de tu piel,
el color de tu pelo sin filtros
(app gratuita), el sabor de tus besos
inventado, soñado, tan perfecto
en las palabras compartidas de la
pantalla, ahora real, menta
o tabaco o alcohol nocturno.
Quizá no quiera que seamos verdad,
acostumbrado a la seguridad,
a la distancia, al perfecto refugio
del smartphone, cinco pulgadas,
conexión cuatro g y felicidad,
garantía segura de dos años.

 

Insomnio

En mi insomnio cabalgan los potros de la noche.
Me zarandean y vuelo, frágil,
y no llegamos a ninguna parte,
y no me llevan a ningún destino
y me dejan, perdido,
perdido como siempre,
naúfrago y extranjero en las orillas de la mañana.

 

Canción de cuna para una madre que llegó en patera

Duerme, duerme, negrito,
que tu madre está en el campo, negrito.
Duerme, que tu madre ya ha pisado la arena
de la playa, ropa empapada y en los huesos
los cuchillos helados de la alevosa noche.
Duerme, negrito, que tu madre ha cruzado
la arena inabarcable del desierto
y ha surcado el mar, tumba o camino
o ciego pudridero de turistas.
Negrito, duerme, que tu madre ha caído
y ha emergido de los pozos sombríos
de la crueldad y el torpe desamparo.
Duerme, duerme, negrito, que tu madre
ya subasta su carne en las esquinas
desdentadas y romas de la ciudad
o entre las uniformes naves obreras
(28021 Madrid, Polígono Marconi,
treinta euros follar, veinte chupar).
Duerme, rey africano, señor de la sabana,
luz de estrella en los ojos, piel dorada,
duerme y despierta y busca lo que esconde
la tierra de tu madre, más allá
de la decrepitud y de la nada.

 

Necesitamos más telebasura

Para no conversar. Para no vernos
obligados a inventar mentiras,
necesitamos más telebasura.
Necesitamos gritos y colores,
intercambios vacíos de palabras
y voces (sálvame, soy un náufrago).
«Estamos en la puerta de…» y añadimos
el nombre de un torero o un cantante
o un famoso gratuito o una
antigua pareja desengañada
y ácida. Todo nos vale, amor,
si es para proteger nuestro refugio
de silencio en común y aburrimiento.
Ahora prepararé una cena fría
y dos vasos de vino o dos cervezas
sobre la mesa baja del salón,
y seremos felices y lejanos
y sálvame, que voy nadando a ti.

 

Ítaca es una vía de circunvalación

Cada jornada recorro el camino
que me lleva hacia ti. Ocho kilómetros
y medio de arriscada M30.
La M30 es una carretera
redundante que rodea Madrid
(esto lo explico por los forasteros).
Febril, apuro el brío de mi nave,
velero esbelto o Toyota Corolla,
ansioso por hallar el calor de tu
cuerpo, cada hueco secreto de tu
piel, por enlazarme a ti una eternidad
de dos horas o una tarde completa.
El deseo, cronófago feroz,
me llevará a las puertas de la noche.
Agotado, me alejaré de ti
para volver al rincón que me esconde
del tedio, el día y la espera,
salida 7A, calle de O’Donnell.

 

 

Cuchillo

En el amanecer,
un cuchillo de luz
rasga el oscuro velo
que cubrió nuestros cuerpos
durante breves horas                                                                                                              de pasión y silencio.

 

 

Travesía

Nos separa un océano de diez centímetros.
Un abismo, que es un pliegue en la sábana, me aleja de ti,
y un muro se levanta entre nosotros
(de cemento o de acero o de silencio)
que yo no sé romper
y que me aplasta 
con el peso siniestro de su sombra.
Quiero llegar a ti pero no encuentro
vehículo o alas en mi espalda
que me lleven, 
explorador eterno,
a la costa contraria de tu cama.

 

 

Limpiacristales

Había tanto amor en esta casa.
Mano con mano limpiábamos cristales
(Vileda y Cristasol, nada de marca blanca:
era amor de verdad),
pulíamos el tablero de la mesa,
las patas de las sillas, los espejos,
lo lustrábamos todo.
Nos gustaba la vida cotidiana.
Apenas cocinabas ocho o diez platos
pero estaban ricos y luego,
entre las sábanas,
tu piel olía a salsa
y a crema de Nivea.
Había amor en la casa
cuando estabas en ella.
Un día te marchaste (o te eché,
o te expulsó mi vida incompartible).
Ahora recorro las habitaciones
y todo es ruina sin grandeza,
mugre y silencio y lejía del chino,
vino barato y latas de conserva.

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Presentación de la novela Sangre de bellota, de Nacho Herranz

Prsentación de Sangre de bellota en Cervantes & Cia.

El viernes 25 de febrero se ha presentado en la librería Cervantes & Cia (¡nos encanta este sitio!) la novela Sangre de bellota, de Nacho Herranz (reconocido redactor publicitario, ahora novelista, y mi hermano de toda la vida).

La librería llena a más no poder, todos los ejemplares vendidos, el vino estupendo, la presentación muy divertida… deseando que se publique la segunda parte por darnos el gusto de presentarla, vamos.

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Presentación de Subway VII: homenaje a Virginia Woolf

Tere Oteo y un servidor en la presentación de Subway VII: homenaje a Virginia Woolf

El jueves 23 de febrero, en la Biblioteca Eugenio Trías, tuvo lugar la presentación en Madrid de la antología Subway VII: homenaje a Virginia Woolf, en la que se incluye mi relato La tortilla de patatas de Virginia Woolf.

Presentó Tere Oteo, divertida e inteligente (as usual).

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Jane Austen y Emily Brontë toman el té en terreno neutral

-Cortejo y matrimonio. Pasión: cero. ¿Sabes lo que dijo Charlotte?
-¿Lo del jardín vallado y cultivado y nada de aire fresco…? Tonterías. Austen es la diosa del amor desde hace doscientos años. Lo sabe todo el mundo.

Han encendido una hoguera para protegerse del frío. El fuego dibuja sombras en las paredes de la fábrica abandonada. Es un espacio inmenso. El eco multiplica el sonido que provoca la madera al astillarse y lo convierte en una sucesión de breves perdigonazos y explosiones violentas.
Están solas en el edificio.
Jane no teme la llegada de otros vagabundos; no le asustan ni la oscuridad ni el frío. Jane solo teme a las ratas. Emily tiene al alcance de la mano un tubo de acero y en el bolsillo guarda la navaja suiza que encontró en el armario de su padre.

-Y todas esas niñas babeando detrás de los relamidos de sus novios. ¡Por Dios! Me ponen enferma, ¿es que no tienen vida propia? ¿Sabes con que edad casan a Lydia Bennet? ¡Dieciséis años! Roza la pederastia.
-Las chicas se casaban muy jóvenes entonces, no solo en las novelas de Austen.
-Y toda esa fijación con el dinero y la dote… Llevan una calculadora dentro de las bragas.
-¿Sabes lo que ocurre? Que saben diferenciar el amor y la obsesión. No son enfermas mentales. Si el amor fuese como lo pinta Brontë, eso que hay entre Catherine y Heathcliff, el género humano ya se habría extinguido.

Apenas tienen nada. Llevan algo de ropa en las mochilas, las cazadoras que no se han quitado y un poco de comida que se terminará con el desayuno de la mañana siguiente. Tienen seiscientos euros. Tienen también las bolsas con los libros. Orgullo y prejuicio y Mansfield Park en la de Jane; el resto de las novelas se ha quedado en la estantería, no pueden cargar con demasiado peso. Emily lo ha tenido más fácil: Cumbres borrascosas en edición de Alianza, nada de tapa dura.

-Será mejor que lo dejemos, Emily. No podemos malgastar energías.

Tienen la euforia de la libertad y, por encima de todo lo demás, la borrachera interminable de su amor.
Emily canturrea en voz muy baja, apenas un susurro, para ahuyentar el silencio cargado de sonidos extraños. Por las esquinas algo corre, algo se desliza pared abajo; el metal herrumbroso chirría en las alturas.

-Empieza a hacer frío -dice Jane.

Emily la rodea con los brazos y las piernas. Aspira con fuerza el olor a cuero de la chaqueta de Jane y recuerda el día que la conoció. Una chica estrafalaria, pensó. Una rara.
Luego, otra tarde, no mucho después de aquel primer día, hablaron de Austen y de Brönte, y cayó un meteorito en sus vidas. La gran extinción; la desaparición de todo aquello que no fuese ellas dos.
Emily besa a Jane en el pelo. Un beso fugaz, de niña pequeña.

-¿Sabes, Emily? Austen nunca habría hecho esto.
-Austen era una pija.

Hace meses que son Jane y Emily; sus viejos nombres ya no les sirven. Nombres abandonados, como la fábrica, para una vida que ya no existe. Nombres vacíos que ya no dicen nada, que no designan a nadie.

-Entonces, ¿a Londres?
-Sí. Y después, a cara o cruz. A Hampshire o a Haworth, con Austen o con Brontë: ya veremos.
Jane arroja un par de maderas a la hoguera. Envidia la seguridad de Emily. Si pudiese, se fundiría con ella. Cosería su piel a la de ella. La devoraría para poseerla, entera, en su interior.
-Y luego trabajaremos de camareras, señorita Jane. Y merendaremos té con pastas todas las tardes.

Y entonces deja de abrazar a Jane, solo un segundo, el tiempo imprescindible para buscar con los dedos ateridos el termo y las dos tazas de plástico en la mochila.

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