Hubo un tiempo en que todos teníamos un blog. Igual que ahora tenemos cuenta en instagram y twitter y todo lo demás, teníamos un blog.
El mío era un blog de viajes y se llamaba El viajero lento.

Empezó como empiezan estas cosas: despacio. Con algunos artículos demasiado breves yotros demasiado largos. Con malas fotografías. Con un diseño horroroso (ahora wordpress nos hace la vida más fácil).
Creció y tuvo cierto éxito. La Guía de Oporto, por ejemplo, acumuló más de 250.000 visitas. Y varios artículos superaron ampliamente las 100.000 visitas. Vale, no era National Geographic pero estaba muy bien. Tenía algo de publicidad e incluso artículos patrocinados.
Y llegó 2011. Por X razones (y tras esa X se esconden varias circunstancias externas y algún problema personal que ahora no tienen el menor interés) las entradas del blog no podían actualizarse al ritmo que yo deseaba. No, no era otra web abandonada a su suerte. Pero había que bajar el ritmo. Y yo eso lo llevo mal. Siempre. Total: artículos eliminados, fotografías eliminadas, dominio elviajerolento.com eliminado. Fin.
Hace unos meses, uniendo un poco de suerte y un mucho de tecnología, conseguí recuperar algunos artículos, los leí y pensé que quizá merecía la pena publicarlos. No en otra web: en mi web personal, donde se acumula lo escrito, lo publicado y, de vez en cuando, lo premiado. Al fin y al cabo se trata de artículos escritos y los he escrito yo, ¿no? Tiene su coherencia.
Las fotografías originales ni las conservo ni, de haberlas tenido disponibles, merecían ocupar espacio en el océano de internet.
He actualizado datos y enlaces. En la Guía de París se cuentan cosas de la Catedral de Notre Dame que, ¡ay!, de momento ha dejado de existir.
Y después de esta media docena de artículos antiguos, ¿qué?
Lo advierto: habrá más. Muchos más. Siempre con lugares y rincones que escondan una historia, una imagen, un sentimiento que a mí me interesen y que puedan interesar a alguien más. Nada de grandes expediciones, supongo. No siempre se necesitan para ponerse a escribir. Podéis creerme: el mundo se vuelve un espacio abierto a la aventura en cuanto salimos de las grandes avenidas y recorremos los callejones laterales.
¡Vamos allá!
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