Os dejo enlace a la publicación en Irreverentes (clic en la imagen)
Y a continuación el texto completo del relato:
Un, dos, tres, umm; cinco, seis, umm; ocho, umm; diez, once, doce, umm…
Mamá me enseñó este juego para ahuyentar el miedo. Ella dice que me lo enseñó una vez que la enfermera tuvo que inyectarme una vacuna pero yo no lo recuerdo, aunque puede que sea verdad porque no me gustan nada las inyecciones. Cuando Ruth sea mayor voy a enseñarle a contar de esta manera, saltando números. Y pienso cantarle también las canciones, sobre todo la de Susanita y el ratón, que es una canción de cuando mamá era niña. Ahora Ruth no entiende nada de esto, porque es pequeña y además tiene lo de la cabeza pero, en cuanto sea como yo y los médicos la hayan curado, se lo va a aprender todo en un pis pas.
Claro está que ella no va a tener que contar números tantas veces como yo; los contará sólo cuando le apetezca o cuando vaya a ver a la enfermera por lo de la vacuna y nada más. Yo he contado muchos números salteados: una vez llegué casi al mil. Pero ella no va a tener que contar números cada vez que papá se ponga enfermo porque papá ya no está.
Papá estaba enfermo de los nervios, eso me ha contado mamá. Los nervios son una enfermedad terrible de la que no te pueden vacunar y que no se cura con una inyección, y hacen que las personas griten y se vuelvan muy raras. Y cuando las cosas se ponen así hay que cantar canciones o contar números para no oír los golpes y las voces y para no hacerse pis en el pijama.
—Y las niñas, ¿qué tal lo llevan?
—Ahora está todo más tranquilo, claro. Ruth aún es pequeña y ya sabes el problema que tiene. Laura es muy espabilada; ha visto mucho, la pobrecita.
—Ya… ¿Y qué les has contado?
—Bueno, la verdad es que no sé si he hecho bien pero algo tenía que explicarles. Les he dicho que su padre está en un hospital, muy lejos, y que ya no regresará nunca. Que está tan lejos que no podemos ir a visitarle. Y también les he dicho que piensen en él como si hubiera… muerto.
—Laura, sabes que él volverá algún día. No con vosotras, naturalmente. Pero cumplirá lo suyo y volverá, y querrá ver a las niñas.
—¿Para qué va a querer verlas? Tú conoces a Ruth, has visto cómo está. Es…es…
—Laura… Venga, Laura, ya está. Bebe un poco de agua. Vamos… Esto ya lo hemos hablado; lo de Ruth no es culpa tuya. Siempre será una niña especial y tienes que aceptarlo. Además, sabes que puede evolucionar mucho pero tienes que ser fuerte para ayudarla. Tú no tienes la culpa. Fue él quien…
De esa enfermedad de los nervios no se muere nadie, me parece. De todas maneras, mamá dice que es como si papá ya no existiese, que ya no volverá jamás y que tengo que pensar en él como si estuviese muerto. Pero no muerto como el abuelo o como Sansón el hámster, sino muerto de otra manera. El abuelo está en el cementerio junto a la abuela y Sansón está al lado del árbol grande del parque, en un agujero que hicimos Ruth y yo (bueno, en realidad lo hice yo sola porque Ruth no sabe sacar tierra con la pala); pero papá no está enterrado en ninguna parte, está en otro mundo diferente. Es como una película: existe nuestro mundo y el mundo de papá, y es totalmente imposible que los dos mundos lleguen a juntarse.
Una vez escuché a mamá contándole a la tía Blanca que se encontraba muy sola y que era una carga muy grande para ella sola. Las madres no saben que cuando estás dibujando en la cocina no te vuelves sorda y puedes escuchar lo que hablan los demás; a mi amiga Mei, que es española pero también es china, le pasa lo mismo, que se entera de todo lo que hablan sus padres y según dice uno de los temas favoritos que tienen es cuchichear acerca de papá y mamá, y también hablan de Ruth y de un día que papá le dio una patada a mamá en la tripa, no sé qué les importará a ellos, parece que no tienen otra cosa en que pensar.
Mamá se sentía sola pero ahora ya no lo está, porque tiene a Manu. Yo no les he visto darse besos ni nada, pero sé que son novios, no hay que ser la más lista del barrio para darse cuenta. Manu trabaja con mamá en el hospital, creo que es enfermero y pone inyecciones. Estoy segura de que si alguna vez tiene que pincharme no me va a hacer falta contar números, porque pondrá cuidado. Los días que él viene a cenar a casa, mamá baña a Ruth y después Manu me ayuda a lavarme la cabeza, porque arreglar a mi hermana lleva su tiempo y así mamá ya no se queja de lo de la carga para ella sola. Que yo sepa, papá no me bañó nunca, lo más que hacía era gritar “¡Laura, saca a la niña!”, pero claro, papá tenía la enfermedad de los nervios y Manu, no.
—Y entonces, ¿él se ha hecho bien a las crías?
—Sí, es muy cariñoso con ellas, es un sol.
—Te lo dije, Laura: la vida no es un collar, con una cuenta enganchada a la siguiente, y el día que el collar se parte van todas al suelo y todo está perdido. No es así. La vida está compuesta de una cantidad enorme de momentos sucesivos pero independientes unos de otros y tu infelicidad de los últimos años no la determina. Ahora debes ser feliz, iniciar otra etapa de tu vida. Mira lo que dice este cuadro: “El presente es todo lo que tenemos”. El pasado no existe, son presentes ya vividos que no tienen la más mínima importancia. No sirve de nada que nos lancemos reproches a nosotros mismos. Existe hoy y nada más. Las niñas, tu familia, el hospital y ahora este chico…
—Manu.
—Manu, eso es.
—Le he pedido que se quede con las niñas mañana por la noche, que yo tengo guardia en el hospital. Normalmente se queda mi madre pero es mayor, ya sabes… Además, quiero que las niñas tengan más relación con él, que se acostumbren a verle en casa, poco a poco, que tengan a su lado la figura de un padre, un padre de verdad. No sé si hago bien.
—Haces lo que debes. No puedes descentrarlas metiendo en casa al primero que llega, eso es de lógica, pero ya que la relación es seria… Laura, tengo que preguntarte: al principio de la terapia me contaste tu pavor a mantener relaciones y tu incapacidad para llegar al orgasmo. Identificabas el sexo con el abuso y la violencia y estabas bloqueada, algo normal, con tu experiencia… En ese aspecto, ¿todo bien?
—Ya te sabes mi vida entera, no voy a andarme ahora con remilgos: creo que he estado guardando diez años de orgasmos para disfrutarlos ahora todos juntos. Ese hombre hace que me corra como una loca.
Hoy hemos cenado pizza, pero no de la de calentar en el microondas: la ha hecho Manu y nosotras le hemos ayudado a poner las cosas sobre la masa. Incluso Ruth ha añadido el queso al final… Mamá se ha marchado al hospital antes de cenar, así que se lo ha perdido. Mala suerte.
Mamá ha dicho que como es viernes no hacía falta que nos bañásemos pero después de cenar yo sí me he bañado y Manu me ha ayudado a secarme.
Ahora estoy en la cama. Al otro lado oigo a Ruth, que respira muy fuerte cuando se duerme. Hace un rato Manu le ha puesto la barrera para que no se caiga y nos ha dicho buenas noches, pero acaba de entrar otra vez. Camina muy despacio, como si hubiese cristales en el suelo. Ha corrido la sábana y me pasa la mano por el brazo y por debajo del pelo, como si me lo estuviese cepillando de nuevo. Su mano es caliente y suave y un poco regordeta. Cuando se acerca noto que su aliento también está caliente y huele a queso y a tomate.
En el techo giran la luna y las estrellas de la lámpara que hay sobre la mesilla de Ruth. En medio de la habitación está Sansón, el oso, que vino cuando se murió Sansón, el hámster. Mei también tiene un oso en su habitación pero es un peluche pequeño y ridículo que le compraron los chismosos de sus padres cuando vino de China, ya tiene edad para que le compren otro. Ruth respira muy fuerte y si se despierta dará unos chillidos enormes y mamá vendrá corriendo desde su habitación para tranquilizarla pero mamá ahora está en el hospital y aquí está Manu, las yemas de los dedos de Manu también están calientes, un, dos, tres, umm, cinco, seis, umm…
—Y ahora, Laura, preciosa, necesito que estés muy calladita.