Contreras, en Irreverentes

contreras

 

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Contreras

—El problema es la rigidez del mercado laboral. Ahora mismo, si tú quieres echar a un tío a la calle te resulta casi imposible.

—Yo no quiero echar a nadie.

—Es un suponer, coño.

—¿Tú has tenido que despedir a alguien?

—¿Con la crisis? A media plantilla.

—Entonces no será tan imposible despedir, ¿no?

—Venga, eso es demagogia…

 

La palabra demagogia en la boca de Luis Contreras me resulta postiza, fuera de lugar, prestada, un poco extraterrestre. Yo creo que es por culpa de la televisión, porque Luis Contreras no ha dicho demagogia en su vida. Es una palabra ajena a su existencia, como lo son pistilo o metonimia o cutícula: términos innecesarios para el mantenimiento de su razón vital, que es el correcto funcionamiento de su empresa. Para el resto del mundo quizá se trate de otra empresa pequeña de las trescientas dieciséis censadas en el polígono industrial que compartimos, pero para Luis Contreras su negocio es la medida de todas las cosas, el sistema métrico decimal, el aleph en que todo confluye y se mezcla y tiene su principio y su fin.

—Despido libre, con eso se arreglaba todo. Si a ti un tío te trabaja y te  hace las cosas como es debido ¿por qué le vas a despedir? El problema es que con la antigüedad la gente se malea, que a mí me ha pasado. Gente que te iba un sábado, que se te quedaba una hora si hacía falta, y ahora no puedes contar con ellos más que lo justo y necesario, y todo con malas caras.

Luis Contreras sufre una hipertrofia del ego que le lleva a considerar a sus empleados como apéndices de su propio esqueleto, seres sin vida independiente. No dice llegan tarde; dice: me llegan tarde, me gastan mucho papel, me respiran más de la cuenta, me desgastan demasiadas células… Si yo fuese el hombre valiente que creo ser algunas noches esplendorosas e infrecuentes mandaría a Luis Contreras a tomar por el culo. Pero como un par de veces al mes ocupa el reservado para comer con clientes y se deja una pasta en copas casi todas las tardes, y como sé que su puesto sería ocupado de inmediato por otro elemento de su misma catadura porque gilipollas nunca faltan en un bar de polígono, le invito a la segunda cerveza y le dejo pontificar un rato sobre el despido, sobre los impuestos, sobre los usureros de los bancos, sobre su triste y anodina vida.

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María, en Irreverentes

maria

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María

María viene todas las mañanas al restaurante, a hacer los baños. Tiene sesenta años muy bien conservados y es una empresaria que paga el recibo de autónomos y tiene gente a su cargo. Tres personas: su hija, su yerno y una nieta.

 

–          Mi yerno tiene mala suerte, el pobre. A unos les viene todo de cara y a otros… Le han llamado de varios trabajos, pero él prefiere esperar un poco a ver si le sale algo de lo suyo.

–          ¿Y qué es lo suyo?

–          Pues hombre, lo suyo

–          Peromaria ¿él ha estudiado algo?

–          Nada, que yo sepa.

Lo suyo del yerno debe ser cosa difícil porque no le recuerdo ningún empleo, pero si llueve o hace mucho frío recoge a María en el restaurante y la acerca hasta el siguiente trabajo, para que no se moje.

 

A veces pienso que es una mujer desgraciada, pero es posible que yo esté equivocado y su felicidad consista en resultar imprescindible, en tirar del carro, en cargar a sus espaldas todos los errores e imperfecciones de la Humanidad, como si fuesen culpa suya.

Antes de Navidad, cuando los gastos aumentan, le pido que vaya unos días a casa a recoger y a planchar la ropa, lo que sea, para que gane algo más de dinero. El último viernes antes de Nochebuena es feliz como una niña porque va con su hija y su yerno a comprar los regalos y la cena y la comida de Navidad y todo lo que necesita una familia de bien en fechas tan señaladas. Ella se siente rica y generosa; hasta les anima a comprar algún capricho, y el yerno se queja de que gaste tanto sin necesidad.

Hay personas que nacen para sufrir un abuso tras otro, es algo genético y sin solución.

María no la sabe porque es una mujer buena y una esclava de sí misma y nunca fue otra cosa, pero yo sé la verdad y no puedo decírsela, de la misma manera que no puedo decirme ciertas verdades ni siquiera a mí mismo, porque un exceso de verdad convierte la vida en algo insoportable. Y la verdad es esta: que vive rodeada de hijos de puta, que su hija no la quiere, y que su nieta, a la vuelta de unos años, tampoco la querrá, y que nacimos solos y morimos solos y nada sirve para nada.

María deja los baños limpios y relucientes, con olor a pino, y aguantan así todo el día si no llega un cerdo y los estropea.

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Las florecillas del amor, en Irreverentes

Mi cuento Las florecillas del amor , una historia místico-lisérgica, publicada en Irreverentes. Si queréis leerlo en la revista, dejo enlace en la imagen.

irreverentes

 

Y a continuación, el cuento completo:

 

LAS FLORECILLAS DEL AMOR

 

1.

Antes de dedicarse a cultivar el huerto de su espíritu el hermano Matías trabajó en la banca. En su vida anterior había llegado a director de la sucursal en Madrid de una pequeña caja de ahorros catalana que, años más tarde, tras ser fusionada y arruinada, protagonizó portadas de periódicos y cabeceras de telediarios; sus directivos, una desigual combinación de pijos con Máster, agricultores con nutrida cuenta corriente y sindicalistas hastiados de tanta lucha obrera y tanto mitin, posaron sus ilustres traseros en el juzgado, vocearon su inocencia ante las cámaras, aseguraron sus pensiones y al cabo, como el valentón del poema, fuéronse y no hubo nada.

Para entonces, ya hacía años que Matías había abandonado su empleo. Una noche, tras otras muchas noches de zozobra seguidas de interminables días de abatimiento, había recibido de modo repentino el don de la iluminación. Le llegó como llegan estas cosas: no como el fruto de una elaborada reflexión, sino como un fogonazo de sabiduría y conocimiento. Abandonó trabajo, casa y ciudad y se instaló en el monte, en una casa derruida que reconstruyó con sus manos. Tenía un pozo con agua, una tierra que podía cultivar, y le rodeaban una paz y un silencio arcádicos.

¿Qué más necesitaba Matías? Nada.

 

2.

Una mañana, en el mercadillo semanal del pueblo más cercano, Matías conoció al hermano Peio y al hermano Herbolario. Peio y el Herbolario llevaban unas semanas vagando de aquí para allá; habían salido juntos de prisión y los dos tenían motivos más que suficientes para no regresar a aquel lugar del mundo que podían considerar su hogar. Encontraron con Matías, primero, un lugar donde comer y dormir; y después de un par de semanas, a un hombre santo en el que podían confiar y al que obedecían ciegamente.

En cuanto a Matías, consideraba el encuentro con los dos discípulos como una tarea que el Altísimo le encomendaba: recibidas paz y sabiduría, ahora debía compartirlas.

Con el tiempo, otros se unieron a él. Eran, en general, gente perdida, ovejas descarriadas que no tenían nada fácil incorporarse a ningún rebaño, y que hallaban junto a Matías algo que habían perdido o que posiblemente no habían tenido nunca: una forma de conducirse por la vida y un guía que no iba a fallarles.

Vivían una vida sencilla. Comían lo que sacaban de la tierra y lo que producían los animales de su pequeña granja; también, hay que decirlo, lo que cazaban y pescaban de manera furtiva. En cuanto al dinero, lo poco que necesitaban llegaba gracias a la producción y venta de ciertas sustancias elaboradas por el hermano Herbolario, que debía su apodo a la pericia en el cuidado de plantas y hongos no aptos para uso culinario. Ajenos a la crudeza del mundo, que no les había tratado bien, gozaban de una existencia inocente y primitiva, su espíritu entregado a las sabias palabras del hermano Matías.

Hasta aquella tarde en que les cayó del cielo una nueva misión que no podían eludir.

 

Fue en la plaza del pueblo donde Matías y el par de hermanas que le acompañaban encontraron el tumulto. Frente a la fachada de una casa se encontraban tres coches de la Guardia Civil, gente que repetía las frases y cantinelas que dictaba un individuo con un megáfono,  y un nutrido grupo de curiosos que observaba la escena con la atención esperable en los habitantes de un lugar en el que nunca ocurría nada de nada.

–          ¿Qué sucede?

–          Un desahucio – respondió uno de los paisanos que, palillo en boca, se apoyaba en un muro de los soportales que rodeaban el edificio del ayuntamiento.

Una señora apareció gritando en una de las ventanas.

–          La dueña de la casa – continuó el informante. – Bueno, la dueña no, porque no ha pagado. Ahora el dueño es el banco.

Matías permaneció inmóvil unos minutos, observando. Al cabo preguntó a sus discípulas:

–          ¿Qué veis?

–          Una mujer que grita, y mucho alboroto – respondió, dubitativa, una de ellas.

–          Pues yo veo dolor. Y no soporto el dolor. Vámonos.

Aquella noche, volvieron la zozobra y el malestar que ya tenía olvidados. Y volvieron muchas noches después de esa. Por la prensa, por la radio, por la televisión (que a duras penas podía sintonizarse en el monte), supo Matías que aquella escena de la plaza del pueblo se había convertido en algo común.

Vagaba por el campo, solo. Y cuando los hermanos le preguntaban, respondía siempre la misma palabra: Dolor.

Y entonces le vio. Ni él ni ninguno de los hermanos le habían votado, ni habían votado a nadie, ni sabían cuándo se habían celebrado las elecciones. Pero aquel tipo era el Presidente. Matías conocía bien a los bancos y aún recordaba algunas cosas de los políticos, y sabía de lo que hablaban, y lo que escuchaba no era bueno. “El país necesita… no podemos gastar… moderar el gasto en pensiones… medicina… inmigrante… el Presidente de la Comisión… la Primera Ministra que nos visitará en tres semanas…”

Tenía que hacer algo, pero no sabía qué, y sufría por ello.

El dolor. El puto, el asqueroso dolor de la humanidad.

 

4.

– Hemos vivido felices, ajenos al mundo exterior. Pero he recibido un mensaje. Al       principio no supe reconocerlo. Soy limitado, hermanos. Pero he visto la luz, y debo anunciaros una verdad gozosa: tengo un plan.

En realidad, la idea había sido del hermano Peio. Si el problema era que aquel tío de la barba iba a firmar un documento con aquella tía gorda, bueno, lo que debían hacer era evitarlo, y asunto resuelto. La imposibilidad de tener acceso al Presidente del Gobierno constituía un detalle ajeno a la compresión del hermano Peio; y, sin embargo, la sencillez del planteamiento encerraba una verdad pura, un mensaje esencial que no podía descartarse sin más. El Altísimo esperaba algo de ellos, esto le resultaba obvio al hermano Matías. ¿Y si había decidido hablarle a través de la voz de otro hermano, y no directamente? ¿No podía ser que aquello que proponía la mente sencilla del hermano Peio fuese exactamente lo que se les ordenaba?

Caviló. Y recordó la ocasión en que el hermano Herbolario le habló de las florecillas del amor.

–          Son unas plantas cojonudas. El problema es que sólo crecen en ciertas montañas del sur de Méjico, y son muy escasas y difíciles de conseguir. Pero existir, existen. Me habló de ellas un mejicano que pagaba pena conmigo, en Burgos, un tío legal. Por lo visto, te impiden hacer nada que no consideres realmente bueno. Si sabes que una cosa está mal, la que sea, no puedes hacerla. Te anula. No puedes hacer nada malo. Te obliga a cuidar de tus semejantes, por decirlo de alguna manera. ¿No es alucinante?

Se trataba de una posibilidad remota, pero…

–          No, hermano, el tío no volvió a Méjico. Se casó con una gallega y tiene un restaurante tex-mex en Verín. Y por supuesto que podemos ir a visitarle.

 

5.

–    Se necesita muy poquita cantidad. Con nada que tomas ya hace efecto. Basta con unos gramitos de la planta, no más.

–  Pero, ¿has llegado a probarla?

El mejicano bajó la voz y sonrió, una sonrisa bobalicona.

–          Vaya si la probé. No hay una cosa como esa, se lo aseguro. Lástima que haya tan poquita… Además, el efecto se pasa. Si fuese duradero, con una infusión de estas flores estaríamos todos arreglados, no andaríamos por ahí dándonos trompadas unos a otros.

Y luego:

–          ¿Un kilo, dice? Pero eso es imposible. Una bolsita quizá pueda conseguirle, pero será difícil. Y caro.

–          Consigue la bolsa y no te preocupes por el dinero.

 

6.

El día anterior al encuentro con la Primera Ministra, el Presidente inauguraba el aeropuerto de Segovia. Las hermanas, con larga melena lisa, y ataviadas con un favorecedor traje de chaqueta azul, le acercaron la galleta, sorteando el brazo del escolta.

–          Elaboración ecológica, señor Presidente.

Había cámaras y la palabra ecológica resultaba de lo más conveniente, por lo que el Presidente engulló la galleta de un bocado.

–          Riquísima – sentenció.

–          Tenga, una cajita, para que desayune mañana.

Más tarde, el hermano Herbolario no soportaba la duda.

–          Hermano Matías, ¿y si no come esas galletas en el desayuno? Con lo que ha comido hoy, no hacemos nada. Si acaso, que le eche un polvo a la mujer esta noche, todo lo más.

–          No nos queda más que la fe. Si las come o no, lo sabremos mañana.

 

7.

(Si la izquierda ha utilizado tradicionalmente la manifestación y la huelga como formas de combate incruento, la derecha ha descubierto la utilidad de la tertulia televisiva para el cumplimiento de los mismos fines. El objetivo no es, por tanto, la reflexión acerca de los temas planteados: la tertulia es, en este caso, una manifestación al por menor, un tumulto de cuatro o cinco individuos sentados en torno a una mesa.)

 

8.

Tertulia de Intereconomía:

“El Presidente parece relajado”

“Es un día crucial, muy importante. No cabe duda que con los sacrificios se ha recuperado la confianza de los Mercados”

“Bueno, ha llegado el momento”

“¿Qué dice? ¿Cómo que no…?”

“Dice que no firma nada. ¡Que ese papel es una mierda!”

“Pero ¿qué coño hace? ¡Un beso! ¡Un beso de tornillo a la…!¡Cortad la emisión de una puta vez!”

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Duelo de gigantes: Arnold Bennett vs Virginia Woolf

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“Martes, 2 de diciembre

No, no puedo escribir este pasaje tan extremadamente difícil de Las olas esta mañana (aquel en que sus vidas penden iluminadas, con el Palacio al fondo), por culpa de la fiesta de Arnold Bennett y de Ethel. Apenas puedo poner una palabra detrás de otra. Allí estuve dos horas, o al menos eso me pareció, a solas con B., en la pequeña estancia trasera de Ethel. Y tengo el convencimiento de que este encuentro fue preparado de antemano por B., con el fin de “establecer buenas relaciones con la señora Woolf”, cuando bien sabe Dios que me importa un pimiento estar o no estar en buenas relaciones con B.”

Bueno: así las gastaba la señora Woolf. Cuando escribía esta queja en su diario entraba en el último mes de 1930 y no sabía que al señor Bennett le quedaban apenas tres meses de vida. Para entonces, Arnold Bennett y Virginia Woolf llevaban más de una década enzarzados en un debate en el que se pueden destacar algunas escaramuzas de alta intensidad intelectual.

 

 

El tema del debate era el presente y el futuro del arte de la novela. En realidad, ambos coincidían en una idea esencial: la importancia de la caracterización de los personajes como eje central de cualquier novela digna de consideración. El problema radicaba en definir cómo debía realizarse esa caracterización. Según Woolf, los novelistas eduardianos se centraban en los aspectos externos del personaje y no en la realidad de su mundo interior, que era lo que constituía el personaje mismo. “En sus novelas” – afirma- “se representa cada tipo de pueblo y ciudad e innumerables instituciones, pero en todo ese vasto conglomerado de páginas impresas […] no encontramos un solo hombre o mujer que podamos reconocer.”

Sin olvidarnos de otros textos menores (críticas, reseñas, entradas en el diario personal de ambos escritores, cartas enviadas a diferentes destinatarios), podemos centrar el meollo de la discusión teórica en dos textos. Por un lado, el ensayo “Is the novel decaying?”, escrito por Arnold Bennett y aparecido en la revista Cassell’s Weekly en marzo de 1923; por otro, la serie de ensayos publicados por V. Woolf bajo el título “Mr. Bennett y Mrs Brown.”

Podemos considerar “Mr. Bennett and Mrs. Brown” un manifiesto artístico, un manual de teoría narrativa en el que Woolf deja negro sobre blanco sus ideas acerca de lo que debe ser una buena novela; y para lograr este objetivo presenta sus métodos en oposición a los utilizados por la generación precedente, la de los novelistas eduardianos situados entre la edad de oro de la novela victoriana y los nuevos escritores como la propia Woolf (es decir, citando los mismos autores que cita Woolf en su ensayo: Bennett, Galsworthy y Wells.)

 

En cuanto a “Is the novel decaying?” se trata de un nuevo episodio en la eterna historia de la muerte de la novela, amenaza que parece haber llenado de oscuros presagios la imaginación de los novelistas desde la aparición misma del género. En el artículo, además de elaborar un listado de los ingredientes necesarios para construir una novela de éxito (otro argumento clásico), Bennet afirma que ningún autor contemporáneo ha desarrollado notable dominio sobre el arte de la novela… ni siquiera alguien con el talento de Virginia Woolf:

“I think that we have today a number of young novelists who display all manner of good qualities—originality of view, ingenuity of presentment, sound commonsense, and even style. But they appear to me to be interested more in details than in the full creation of their individual characters. They are so busy with states of society as to half-forget that any society consists of individuals; and they attach too much weight to cleverness, which is perhaps the lowest of all artistic qualities. I have seldom read a cleverer book than Virginia Woolf’s Jacob’s Room, a novel which has made a great stir in a small world. It is packed and bursting with originality, and it is exquisitely written. But the characters do not vitally survive in the mind, because the author has been obsessed by details of originality and cleverness. I regard this book as characteristic of the new novelists who have recently gained the attention of the alert and the curious; and I admit that for myself I cannot yet descry any coming big novelists.”

La actitud de ambos en el debate resulta notablemente distinta: más agresiva la de V. Woolf; distante, a veces con un tono paternalista, la de Bennett. Las actitudes propias del campeón y la aspirante, con toda probabilidad (la historia ha hecho de las suyas para mover el escalafón, situando a Virginia varios escalones por encima del maestro de the Potteries; pero la escalera no para de moverse: ¿cuál será la situación dentro de, digamos, un par de siglos?)

Veamos, por ejemplo, la reseña de Al faro, escrita por Bennett y publicada en el Evening Standard del 23 de junio de 1927:

“Debo afirmar, a pesar de mis notorias reservas en lo concerniente a Virginia Woolf, que la más original de sus obras es Al faro. De las que conozco, es la mejor de sus novelas. Su caracterización de personajes ha mejorado. Mrs. Ramsay constituye casi una persona al completo. Desafortunadamente, va y se muere, y su muerte parte el libro en dos. […] Mucho he oído acerca de las maravillas del estilo de Mrs. Woolf. A veces descubre un símil realmente brillante. El estilo de sus frases es fastidiosamente monótono, y la distancia entre sujeto y verbo aumenta de manera constante y sostenida…”

Un cumplido y, después, un azote en el trasero; dejando de lado la mala leche implícita al afirmar que es la mejor de sus novelas “de las que conoce”, como si no las hubiese leído todas…

Y, sin embargo, sentían aprecio el uno por el otro. “Virginia es una persona que está bien; los otros invitados contenían la respiración para oírnos conversar.”  Bennett escribía esto en su diario después de una cena a la que V. Woolf también había asistido; enterada ésta de los comentarios de Bennett a otros invitados, en el mismo sentido (“Virginia está bien”) respondió con el orgullo de la alumna que recibe la aprobación del maestro: “Haré que graben eso en mi lápida.”

Pero la mayor prueba de aprecio la escribiría Virginia en una entrada de su Diario, con fecha 28 de marzo de 1931, lamentando la muerte del escritor:

“Arnold Bennett murió anoche; lo cual me ha dejado más triste de lo que hubiera supuesto. Un hombre amable y auténtico; limitado, un tanto torpe en el vivir; con buenas intenciones; grandote; cariñoso; rudo; sabedor de su rudeza; oscuramente desorientado y en busca de otras cosas; atosigado de éxito; herido en sus sentimientos; ávido; de palabra premiosa; intolerablemente prosaico; con cierta dignidad; entregado a la literatura; pero siempre estafado, engañado por el esplendor y por el éxito; aunque ingenuo; un viejo latoso; un egotista; muy a merced de la vida, a pesar de su competencia; una visión de la literatura propia de tendero; aunque dominando sus rudimentos, cubiertos de grasa y de prosperidad y por el deseo de horribles muebles Imperio; con sensibilidad. Cierta capacidad de verdadera comprensión, así como un gigantesco poder de absorción. Estas son las ideas que se me ocurren a arrebatos y sacudidas, mientras esta mañana estoy ahí sentada haciendo periodismo; recuerdo su firme decisión de escribir mil palabras todos los días […] Es extraño observar cuánto lamenta una la desaparición de una persona que causaba la impresión, tal como he dicho, de ser auténtica; que estaba en directo contacto con la vida, por cuanto me trató mal; y casi deseo que pudiera seguir tratándome mal; y yo tratándole mal. Un elemento de la vida –incluso de la mía, tan remota- que nos ha sido arrancado. Esto es lo que más importa.”

Una (tardía) muestra de cariño y un retrato valioso de nuestro querido Bennett, sin duda.

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Arnold Bennett Bloggers Assembly

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El próximo 27 de marzo de 2013 se conmemora el 82 aniversario del fallecimiento del escritor inglés Arnold Bennett. Huyendo de la dictadura de los centenarios y demás zarandajas (idea que ya puso en práctica con gusto exquisito mi admirado Vila-Matas en Para acabar con los números redondos) José C. Vales y Elena Rius han puesto en marcha la iniciativa Arnold Bennett Bloggers Assembly, un encuentro de blogs que tiene como propósito reivindicar la figura de este autor.

 

Con este objetivo, ei día 27 de marzo los participantes en la iniciativa publicarán sus comentarios, artículos, imágenes y todo aquello que consideren conveniente en sus respectivas plataformas.

 

En épocas de mayor exhuberancia presupuestaria, un encuentro de este tipo concluía con una ofrenda floral ante la tumba del homenajeado (en este caso convenientemente enterrado en la ciudad de Burslem, UK); quizá esto no resulte posible en los tiempos que corren. Pero esta falta no reducirá un ápice el entusiasmo de los participantes en tan merecido homenaje.

En la web creada para la ocasión aparece información sobre los blogs que ya se han sumado, así como alguna información previa acerca de Arnold Bennett.

 

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Encuentro literario EBLS 2013

El 16 de marzo 2013 tuvo lugar en Barcelona el 2º Encuentro Literario EBLS 2013 en el que especialistas en distintas disciplinas compartieron una reflexión sobre la Literatura basura vs. Literatura culta.
El mundo literario está cambiando de forma acelerada y resulta necesario analizar las nuevas tendencias literarias que están apareciendo de manera sistemática (novela rosa, novela histórica, novela escrita por famosos de los medios, etc.) para intentar objetivar las características de la literatura de calidad en contraposición con la literatura más comercial e, incluso, puramente de «usar y tirar».
Para ello, el EBLS contó con un conjunto de personas que están desempeñando labores en distintas áreas (editores, escritores, bloggers, críticos, filólogos, libreros y lectores) y que intercambiaron sus puntos de vista en un debate abierto y compartido.

El Encuentro intentó dar respuesta a cuestiones tales como:

– A qué llamamos literatura basura?
– En qué se diferencia de otro tipo de literatura? ¿El bestseller es literatura basura?
– Qué géneros son los más habituales?
– Es mala para el lector o le ayuda a entrar en la literatura más elitista?
– Es una literatura natural o provocada por la industria editorial?
– Qué papel juegan los críticos en su existencia? Y los blogs?
– Hacia dónde va este tipo de literatura?
– Hubo literatura basura que hoy se haya transformado en literatura de calidad?

Para ello se contó con especialistas como:
Presentación y Panel 1: Gonzalo Garrido, escritor y experto en comunicación; Belén Bermejo, editora; Josep Forment, editor; Laura Huerga, editora; José C. Vales, filólogo.
Panel 2: Lourdes Díaz, editora; Jesús Esnaola, escritor; Elena Pita, periodista.
Panel 3: Juan Laborda, historiador, escritor; Alba Torres, filóloga; Miguel Herranz.
Panel 4: Elena Rius, bloguera; Bernat Ruiz Domenech, bloguero; Aroa Moreno, poeta.»

Y aquí tenéis los enlaces a los vídeos del encuentro:

Panel 1

Panel 2

Panel 3

Panel 4

 

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Una tragedia victoriana, finalista del premio Dulce Chacón

Mi novela Una tragedia victoriana ha quedado finalista del premio de novela corta Dulce Chacón.

¡Agradecido y feliz como conejo campestre! Sabía que ese perro aristócrata y ese gato sibilino y esa esposa adúltera y ese pintor buscavidas y ese policía travestido y, en fin, esa vasija egipcia, estaban llamados a grandes cosas.

El acto preparado por el Ayuntamiento de Brunete, bonito y emotivo. Hay que agradecerles que en estos tiempos raros, en los que la cultura y la creación se consideran adornos prescindibles, haya administraciones que aún reserven una parte de su presupuesto para promocionar estas actividades.

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